Oración Comunitaria 19/02/2004
¿Con quién hablamos en la oración?
49.- Mucho antes del psicoanálisis, los maestros de la vida espiritual habían advertido de las trampas y autoengaños en que puede caer la persona que ora. Si queremos orar a Dios con verdad hemos de hacernos la pregunta ¿qué estamos haciendo realmente cuando rezamos? ¿Con quién estamos hablando cuando pretendemos hablar con Dios en la oración?
50.- Ciertamente, el Dios a quien nos dirigimos puede ser una prolongación narcisista d nuestro propio yo, una creación de nuestra fantasía que nos permite alimentar diversas ilusiones, un espejo en que reflejamos nuestros autoengaños, una coartada que aligera el peso de la culpa, y muchas cosas más. De ahí la necesidad de purificar la oración buscando el verdadero rostro de Dios.
Lo primero es no confundir a Dios con cualquier cosa. Dios escapa a toda verificación y experiencia inmediata. Nunca entramos en contacto directo con él, sino con nuestras mediaciones. Por ello, no hemos de confundirlo con las representaciones, símbolos o ritos creados por los humanos. Tampoco hemos de identificarlo con nuestros sentimientos y experiencias. Dios no es la paz o el gozo que experimentamos en nuestro interior. Dios siempre es mayor, está más allá. Siempre caminamos a tientas hacia él, iluminados por la Palabra y siguiendo a Jesucristo, camino que lleva al Padre (cfr. Jn 14, 6). No hemos de caer en la trampa de fabricarnos un Dios a nuestro gusto y para uso particular.
51.- A Dios se le busca con humildad, sabiendo que en la oración es él quien tiene la iniciativa del encuentro. Iniciativa que exige renunciar a toda actitud en que los importantes seamos nosotros, nuestros deseos y necesidades. Dios no se deja poseer ni manejar a nuestro antojo. Es una equivocación alimentar la fantasía de un Dios que está ahí, siempre a mano, como un seguro fácil que protege de la dureza y contingencias de la vida. No es así. Un Dios evidente y obvio, confundido con nuestros propios sentimientos y sometido a nuestras necesidades es una ilusión. La actitud del verdadero orante es otra:Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro (Sal 27 (26), 8-9). MI alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo (Sal 42 (41), 2-3).
Bendeciré al Señor a todas horas,
su alabanza estará siempre en mi boca;
Mi alma se gloria en el Señor,
que lo oigan los pobres y se alegren;
alabad conmigo la grandeza del Señor,
Ensalcemos su nombre todos juntos.
Busqué al Señor y él me contestó,
y me libró de todos mis temores.
Los que miran hacia él quedan radiantes
y su rostro no se sonroja más.
Un mísero gritó: el Señor lo escuchó
y lo libró de todas sus angustias;
El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los salva.
La historia del misionero español José Carlos Rodríguez Soto con Uganda comenzó cuando un día, hace veinte años, sintió «la atracción especial que siempre tiene África».Durante cuatro años experimentó «la llamada africana», pero, como no podía ser de otro modo en este continente, también asistió a una nueva y desgarradora tragedia: «la guerra que desde 1986 asola al país y que ha robado la infancia a casi 30.000 niños, convertidos en soldados, en máquinas drogadas de matar, en buscadores de venganza. sin otro futuro que el del fusil AK-47». Son los niños soldados a los que él se empeña en rescatar de la guerra. Durante estos últimos días, y a causa de ese empeño, José Carlos ha venido recibiendo presiones de uno y otro bando para que abandonde su tarea en la misión de Gulu, al norte de Uganda. Se encuentra en el fuego cruzado, entre la guerrilla y el Gobierno ugandés.
«Una de nuestras tareas en la misión es la de tratar que esos niños dejen las armas y tengan un futuro mejor. Les buscamos un empleo, les ofrecemos alojamiento..., en fin, tratamos de devolverles a la humanidad», comenta en una conversación teléfonica José Carlos quien insiste en que «desde 1994 han sido secuestrados en Uganda 30.000 niños para ser utilizados como soldados (de ellos diez mil en los últimos dos años).
Aproximadamente el 90 por ciento de los guerrilleros han sido o son niños soldados, y crecido en ese ambiente de violencia, sangre y fuego. Aquí, a los seis años un niño sabe ya distinguir el sonido de un lanzagranadas del de un mortero». Pero la lacra de los niños soldados no sólo se encuentra en las guerrillas. Diversas organizaciones humanitarias han denunciado que el Ejército regular también recluta niños para su frente de batalla. Ellos, por supuesto, lo niegan.
Por otra parte, este misionero camboniano, colaborador de la revista Mundo Negro, también habría recibido presiones para que abandone su labor desde el Gobierno después de que publicara una carta en la prensa donde explicaba que el Ejército ugandés realizó una redada en un campamento de refugiados durante la cual un incendio arrasó cientos de cabañas.
ABC, 17-2-04, Pág.20
Jesús llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz, y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. Pues, ¿de qué sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras, en esta generación descreída y malvada, también el Hijo del hombre se avergonzará de él, cuando venga con la gloria de su Padre entre los santos ángeles. Y añadió: Os aseguro que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el reino de Dios en toda su potencia.