Entrevista a Bego. Vocación religiosa
EL MIRADOR
Bego es una joven de 27 años que hace un par de años optó por darle un sí definitivo a Dios. Ha formado parte del grupo de San Francisco desde la etapa de catequesis y actualmente vive en el Monasterio de la Conversión, una comunidad dentro de la orden de San Agustín. Para quien no haya tenido la suerte de conocerla, esta pequeña entrevista puede ser una gran oportunidad. Los que hemos andado con ella una parte del camino nos alegra sentirla tan viva.
Cómo descubriste tu vocación?
La vocación es la forma del corazón y, por tanto, nos constituye desde siempre, igual que nos constituye nuestro rostro o nuestra personalidad; pero el proceso de desvelamiento y comprensión de ésta es largo y, a veces, difícil. Yo tengo la suerte de haber nacido dentro de la Iglesia, en una familia cristiana y siempre rodeada de comunidades de Fe en las que, desde muy temprano, fui experimentando una fuerte atracción por Jesús, por la vida evangélica, las relaciones fraternas, la búsqueda de la justicia ... Simplemente me dejaba hacer por estos atractivos, me pegaba a ellos con naturalidad y alegría. A la vez, crecía en las vivencias más humanas y, arrastrada por mi temperamento pasional, vehemente e intenso, me ví envuelta en muchísimas contradicciones. El peso que Cristo tenía en mi vida se fue diluyendo en favor de otros atractivos en los que depositaba toda mi energía, mi alma entera. Es complicado explicar cómo busqué sin cesar respuestas a mis anhelos más hondos. He errado mis pasos miles de veces, he andado caminos muy diversos y he llegado a la desesperación de no comprender qué era aquello que, por fin, podría calmar mi profunda sed. Y, tras muchos años de idas y venidas, cuando me hallaba ya muy cansada y decepcionada, Él me encontró de nuevo. Él pudo entrar de lleno en mí cuando yo no tenía ya fuerza para imponer mi voluntad, mis esquemas, mis planes. Llegó, como por vez primera, y con su verdad me hizo ver, en un instante, que la forma mas auténtica de mi corazón era Él mismo, y que mi plenitud consistía, entonces, en abandonarme entera en Él, en pertencerle totalmente. Este acontecimento estuvo lleno de mediaciones humanas, principalmente esta comunidad de hermanas agustinas de la que ahora formo parte, y cada paso estaba impulsado por una voz interior que dictaba, en lo más hondo del alma, senderos nuevos.
Cuando te empeñabas en negarla ¿cómo imaginabas tu futuro?
Hay miles de imágenes que, sobre nosotros mismos, vamos formando a lo largo de nuestra vida. Yo proyecté siempre algo muy libre, fuera de estructuras y normas, que me permitiera seguir la inspiración del día a día y no comprometerme demasiado. Imaginaba experiencias radicales en las que la vida estuviese entregada al 100% cada día. Las misiones, el periodismo de guerra, la cooperación internacional, o la vida itinerante y desarraigada eran algunas de las ideas que me acompañaban siempre. Después, la realidad le pone a una en su sitio y va dando contenido sólido y verdadero a intuiciones que, en principcio, no tienen fundamento. Ahora siento que todo aquello era, en parte, verdadero, pues vivo en la radicalidad de querer entregarme a Él totalmente, desarraigada de mí misma, llevada por el soplo del Espíritu en las pequeñas y las grandes cosas.
¿Cómo era tu vida antes de entrar a la vida religiosa?
Era una vida bastante normal. Estudiaba en la universidad, en Madrid, periodismo y humanidades, trabajaba a tiempo parcial en un periódico. He vivido muchos años en una residencia universitaria y luego en un piso de estudiantes. Tenía una comunidad de referencia en Madrid y siempre mi hogar en esta comunidad de Granada. Salía de fiesta, viajaba siempre que podía, procuraba estar siempre cerca de alguna acción social con los más pobres, etc. Estaba muy entretenida pero, ahora lo veo, no me entregaba del todo a nada de lo que hacía.
¿Qué diferencias y similitudes notas entre el antes y el ahora?
El camino vocacional es siempre una continuidad. Dios no nos pide anularnos a nosotros mismos, sino ser auténticamente nosotros. Todos los elementos de esta vocación me resultan muy míos, como pensados desde siempre para mí, para responder mis preguntas, calmar mis deseos, suplir mis carencias, potenciar mis fuertes y hacer de mi debilidad una tierra de Dios. De verdad que es así, es como empezar a ser yo misma del todo y, en ese sentido, hay una plena continuidad.
¿Por qué decidiste entrar en esta orden?
No fue un proceso reflexivo, no indagué por ahí hasta encontrar el lugar. Esta comunidad llegó a mí sin esperarla, como casi siempre hace Dios. Al principio yo no entendía por qué sentía ese fuego al contacto con la vida de este monasterio, por qué me atraía tanto, por qué me costaba tanto marcharme cada vez que pasaba unos días con la comunidad. En apariencia, esta opción no era nada de lo que yo había planeado, pero me fié del Espíritu; a veces sopla tan fuerte que es imposible negar que sea Él quien habla.
¿Cómo es tu día a día en el monasterio?
Nuestro dia está partido en dos, para dar cabida a los pilares fundamentales de nuestro carisma que son: oración, fraternidad y apostolado. Por la mañana vivimos en el silencio de la oración, el estudio, la contemplación. Por la tarde trabajamos juntas en los talleres de madera, cuero, pintura, y realizamos diversas actividades pastorales. Los fines de semana y épocas especiales como pascua o verano, nuestra casa se llena de gente que busca a Dios, e intentamos adecuarnos a las necesidades de cada uno. Nosotras nos sentimos llamadas a ayudar a las personas de hoy a encontrarse verdaderamente con Dios.
¿Cómo son tus hermanas?
Son personas de Dios y eso se hace evidente al vivir con ellas. Es una convivencia muy intensa, en la que lo más verdadero y valioso de la persona emerge con fuerza. Ellas transparentan el rostro más humano de Dios, ejemplifican con su vida el evangelio y son para mí un aliento verdadero en el seguimiento de Cristo. Cada una es ella misma y, por lo tanto, aporta su singularidad a la vida fraterna y a nuestra misión, nuestro carisma, etc. La dificultad propia de vivir juntas se convierte en un lugar teofánico, en el que aprendemos lo que significa amar de verdad, dando la vida. Ninguna es perfecta, todas hemos sido rescatadas y, ahora, buscamos día a día, juntas, al Señor, como dice nuestro padre San Agustín: Cor Unun In Deum, “un solo corazón hacia Dios”, ésa es la meta de nuestra vida fraterna.
¿Cómo te sientes?
Sobre todo, felizmente agradecida. Nunca pensé que el camino que Dios había proyectado para mí estuviese tan lleno de vida. Ahora, por primera vez, vivo con un significado pleno cada cosa, cada instante cuenta enteramente, como vivir en un ahora que no acaba. Y siento que toda esa abundancia se derrama sobre mí para alimentar a otros, a todos los que tienen sed de Él. El Señor se sirve de nuestra cotidianidad sencilla y entregada para hacer llegar su Reino a la tierra.