Oración Comunitaria 13/11/
?Orar como miembros del Cuerpo de Cristo
22.- Precisamente por esto, orar en nombre de Cristo es orar como miembros de su Cuerpo que es la Iglesia. Esta es la promesa de Jesús: ?Yo os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos? (Mt 18, 19-20). Los cristianos oramos siempre en comunión con todos los que viven animados por el Espíritu de Cristo. Incluso, la oración mas personal, la que hacemos a solas, ante el Padre que está en lo secreto (cfr. Mt 6, 6), es una oración que llega hasta el Padre por medio de Cristo y, por ello mismo, una oración unida a cuantos forman su Cuerpo. Por eso, un cristiano no puede orar si no es abriéndose fraternalmente a los demás. La oración en nombre de Jesús exige abrirse al perdón y a la reconciliación: ?Cuando os pongáis de pie para orar, perdonad si tenéis algo contra alguno, para que también vuestro Padre que está en los cielos perdone vuestras ofensas? (Mc 11, 25).
? Orar por mediación de Cristo
23.- Lo que venimos diciendo tiene su raíz última en que Cristo es nuestro único mediador ante el Padre. El es el gran orante, el único y verdadero orante. Resucitado, ?está siempre vivo intercediendo? por toda la humanidad (Hb 7, 25). En medio de nuestra mediocridad y a pesar de nuestra fe débil y pequeña, sabemos que ?tenemos a uno que intercede por nosotros ante el Padre, Jesús, el justo? (1 Jn 2, 1). Al rezar no hacemos sino participar en esa oración que Cristo eleva al Padre por la creación entera. De esa oración reciben todo su valor, significado y hondura nuestras oraciones y súplicas. Por eso, la oración en nombre de Cristo es una oración universal, abierta a todos los hombres y mujeres del mundo, incluso a los que podemos sentir como enemigos. Esa fórmula con que terminamos siempre las oraciones litúrgicas, ?por nuestro Señor Jesucristo?, no son palabras vacías que hemos de repetir de manera rutinaria. Las hemos de pronunciar despacio porque expresan el verdadero contenido de nuestra oración cristiana.
Te doy gracias de todo corazón, frente los dioses tañeré para ti. Me postraré hacia santuario para darte gracias: por tu lealtad y fidelidad, pues tu promesa supera a tu fama. Cuando te invoqué me, escuchaste, avivaste mis bríos. Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra al escuchar el oráculo de tu boca; canten la conducta del Señor, porque la gloria del Señor es grande; El Señor es sublime, se fija en el humilde y al soberbio lo trata a distancia. Cuando camino entre peligros, me conservas la vida; Extiendes tu izquierda contra la furia del enemigo y tu derecha me salva. El Señor completara sus favores conmigo: Señor, tu lealtad es eterna, no abandones la obra de tus manos.
Ayer, a la tarde, vinieron a avisarme que otro niño del orfanato de Gouecké estaba ingresado en el hospital de N?Zérékoré. El niño se llamaba Jean Joseph Loua. Cuando llegué allí había anochecido. Jean Joseph Loua tenía mes y medio de vida, su madre murió días después del parto por un problema de placenta: del padre nada se sabe. Dentro de la habitación manchada de luz por una vela, junto a la cama del bebé, hacía guardia Vèronique, la monja de Costa de Marfil que lleva el orfanato. Estaba deshecha, la mandé a descansar y me quedé yo con el niño. El pediatra lo había visto horas antes y había recetado algunos medicamentos contra la malaria. Yo no soy médico, no se qué tenía el crío, mas sufría cada pocos minutos ataques que le hacían mover el cuerpo, sobre todo los brazos, espasmódicamente. Los ojos se le extraviaban y se le quedaba la mirada blanca, como la de un ángel de yeso. Al temblar apretaba los puños con tal fuerza que no podía abrírselos para dejar dentro mi dedo índice. Su respiración rechinaba, hacía ruidos de uñarada en un vidrio. Yo le hablaba, le cogía las manos que restallaban, le acariciaba más que un enfermero amodorrado. Para cuando, más tarde, volvió Vèronique, el bebé se había serenado, aunque aún respiraba ahogadamente. Me vine a dormir. Al amanecer Vèronique ha venido a casa. Me ha dicho que Jean Joseph Loua ha muerto hace dos horas, a las cinco de la mañana, en sus brazos. No hay mucho más, ella ha regresado a Gouecké a ocuparse de los otros diecisiete niños, yo he me he sentado a escribirte y después saldré para el campo de refugiados. No sé por qué te lo he contado, una escena parecida sucede cada día en algún lugar del mundo, no explica nada, no pretende nada, sólo puede adensar tu tristeza, y eso no es bueno. Pero verás, en ningún sitio quedará registrado que Jean Joseph Loua nació, vivió y murió, no hay papeles q recojan su nombre ni padres que le lloren , nadie, apenas ha alterado la balanza que pesa lo que existe: por eso he querido que compartas conmigo la gloria de haber participado unas horas en su vida, el desconsuelo inmenso de no tenerle en la mañana.
Guinea Conakry,
6 de noviembre de 2003.
Gonzalo Sánchez-Terán.
Os rogamos, hermanos, que apreciéis a esos de vosotros que trabajan duro, haciéndose cargo de vosotros por el Señor y llamándoos al orden. Mostradles toda estima y amor por el trabajo que hacen. Entre vosotros tened paz.
Por favor, hermanos, llamad la atención a los ocioso, animad a los apocados, sostened a los débiles, sed pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, esmeraos siempre en haceros el bien unos a otros y a todos.
Estad siempre alegres, orad constantemente, dad gracias en toda circunstancia, porque esto quiere Dios de vosotros como cristianos. No apaguéis el espíritu, no tengáis en poco los mensajes inspirados; pero examinadlo todo, retened lo que haya de bueno.