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Etiquetas: oración del jueves

Oración Comunitaria 21/08/2014

Oración jueves 21 de agosto de 2014

Introducción:  Comenzamos esta oración con un extracto del mensaje del hermano Alois de Taizé recordando al hermano Roger, ya que el pasado sábado hacía ya 9 años de su muerte violenta en la Iglesia de la Reconciliación de Taizé.
El hermano Roger llegó solo a Taizé a los 25 años. Era el comienzo de la Segunda Guerra Mundial. ¿Qué podía hacer él frente a la violencia y a la negación de la humanidad? No tenía medios para detener esta barbaridad. Sin embargo, pudo acoger a personas que atravesaban momentos difíciles. Y, sobre todo, decidió comenzar a preparar la paz. ¿Cómo? Sabía que los cristianos tenían una responsabilidad particular para con la paz. Se decía a sí mismo: empecemos, en un pequeño grupo, a vivir verdaderamente la paz y la reconciliación entre nosotros. Reconciliémonos los cristianos para ser juntos un signo de la paz de Cristo.
Hoy día seguimos desconcertados por la violencia y las catástrofes en el mundo. Recordamos, por supuesto, los conflictos armados en Ucrania, Gaza, Irak y otros lugares. Pero no por ello estamos condenados a mantenernos pasivos. También nosotros podemos preparar la paz. ¿No hay aquí una llamada del hermano Roger dirigida a nosotros actualmente?
Empecemos con unas pocas personas, allí donde estemos, allí a donde seamos enviados. No olvidemos que la eficacia durable no llega con una actuación espectacular, sino de una paz que recibimos de Cristo y que irradia en primer lugar a las personas que nos rodean.
«Adquiere la paz interior y una multitud la encontrará a tu alrededor», son palabras del santo Serafín de Sarov que al hermano Roger le gustaba citar.
Al hermano Roger le gustaba invitarnos a la alegría. No se refería a esos grandes momentos de felicidad que todos conocemos pero que son fugaces. La alegría de la que nos hablaba me parece mucho más cercana a la paz, esa paz que sentimos cuando estamos unidos interiormente, y no divididos, desgarrados. No podemos crear esta unidad interior por nosotros mismos, tenemos que recibirla. La sentimos sobre todo cuando nos sabemos amados. Sin embargo, el amor que viene de los demás y el que nosotros les damos a ellos es muy frágil y terriblemente limitado. Tiene que renovarse continuamente. El hermano Roger sabía que a veces herimos incluso a las personas que queremos.
¿Y qué decir de todos los rechazados por la sociedad, los que viven la violencia, la guerra, las enfermedades incurables? A menudo nos encontramos impotentes frente al profundo desgarro y las calamidades que vemos en el mundo, incluso en nuestro entorno.
Ante el mal, el hermano Roger optó decididamente por el camino que le parecía más afín al Evangelio: abandonarnos en manos de Dios confiando de todo corazón. Veo cada vez más el valor de este camino del hermano Roger cuando decía «Feliz el que se abandona en ti, oh Dios, con la confianza del corazón» ¿Qué quería decir con esto?
Tomar la decisión interior de poner nuestra confianza en Dios es una lucha que puede exigirnos todas nuestras fuerzas. No se trata de ponernos en manos de un Dios lejano, sino de Dios que es amor, que en Cristo ha compartido nuestras alegrías y nuestras penas, y que habita en nosotros por medio del Espíritu Santo.
Confiar en Cristo, incluso sin sentir su presencia, esa es la «confianza del corazón» de la que nos hablaba el hermano Roger. En todas las situaciones, arriesguémonos a confiar en que el amor de Dios tendrá la última palabra en nuestras vidas y en el desarrollo de la historia.

Oh Alto y Glorioso Dios…

Canto:  Confitemini, Domino, quoniam bonus; confitemini, Domino, Aleluya

Salmo 146:
Aleluya! Alabad al Señor, que la música es buena; nuestro Dios merece una alabanza armoniosa. 
El Señor reconstruye Jerusalén, reúne a los deportados de Israel;
él sana los corazones destrozados, venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas, a cada una la llama por su nombre. Nuestro Señor es grande y poderoso, su sabiduría no tiene medida. El Señor sostiene a los humildes, humilla hasta el polvo a los malvados.
Entonad la acción de gracias al Señor, tocad la cítara para nuestro Dios, que cubre el cielo de nubes, preparando la lluvia para la tierra; que hace brotar hierba en los montes, para los que sirven al hombre; que da su alimento al ganado y a las crías de cuervo que graznan. No aprecia el vigor de los caballos, no estima los jarretes del hombre: el Señor aprecia a sus fieles, que confían en su misericordia.

CANTO: La misericordia del Señor cada día cantaré

Noticia: El Pa­pa que no se muer­de la len­gua. 'Ideal' - 2014-08-17.MAR­GA­RI­TA SÁENZ DIEZ
¿Vivimos sin complejos en modelos económicos implacables? ¿Nos ponemos de lado ante la indigencia más extrema? Si no fuera así, seguramente la riqueza del planeta tierra estaría mejor repartida. Y los más vulnerables no se contarían por millones. De ahí, que el papa Francisco continúe sin morderse la lengua. En su reciente visita a Corea, rechazó «los modelos económicos inhumanos», y tampoco tuvo reparos en proclamar que «no compartir es robar». Hace algunos meses ya había calificado de «nueva tiranía» el capitalismo salvaje. Y recién nombrado obispo de Roma, se trasladó a la puerta italiana de la inmigración, la isla de Lampedusa. En esas aguas, acababa de naufragar una embarcación que trasladaba hasta Europa a 500 africanos que no sabían nadar. La mitad había desaparecido y los cadáveres rescatados se contaban por decenas. Sólo me viene la palabra «vergüenza», dijo Francisco nada más llegar a la isla.
Con sus denuncias, Francisco va mucho más lejos que sus antecesores en Roma. En los siglos XIX y XX, la llamada doctrina social de la iglesia era más bien un compendio de buenas intenciones.  Ahora, el drama salta cada mañana, cada anochecer. A nuestras costas, a las costas de la Europa enflaquecida pero potente, llegan oleadas de personas que se juegan la vida para alcanzar trabajo, comida, vacunas para sus hijos. O como decía uno de los recién llegados, él había cruzado el estrecho para ayudar a sus nietos. Porque los que llegan en barcos de juguete no son delincuentes. Si acaso, su único delito es morirse de hambre.
La profesora emérita de Filosofía Moral y Política de la Universidad Autónoma de Barcelona Victoria Camps reclamaba esta misma semana un cambio que ponga fin a tanta desigualdad. En consonancia con las tesis en auge de la Economía del Bien Común, defendía elegir el camino que lleve a «un capitalismo que priorice el bien común». Y ante el drama del paro, la catedrática apostaba por asumir que, como no hay trabajo para todos, habrá que reorganizarse, trabajando menos y ganando menos. A juicio de Victoria Camps, ya no se sostiene la teoría neoliberal que tiene como dogma que si la riqueza crece en general, todos ganan: «Unos ganan mucho más y los demás perdemos.»
Cuando los perdedores suman dos tercios de la humanidad, se hace imprescindible que una verdadera autoridad política a nivel mundial regule los flujos migratorios y garantice la seguridad alimenticia global. Bienvenida sea la nueva agenda mundial de desarrollo de la ONU en fase de preparación, pero volverá a ser papel mojado si todos, todos, no nos estrechamos el cinturón. Por lo menos, un agujero.

Canto: Todos vamos en el mismo barco. Todos somos del mismo barro

Corintios 9, 16-19, 22-23
Hermanos: el hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!. Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos para ganar, sea como sea, a algunos. Y lo hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.

Canto: En mi debilidad me haces fuerte…

Peticiones:

Padre nuestro

Oración final
Cristo Jesús, haz que nos forjemos un corazón decidido para que te seamos fieles. Tú, el Resucitado, proyectas sobre nosotros la luz de tu perdón. Este es el don perfecto. Y, cuando nos atrevemos a perdonar, se despierta en nosotros la alegría de Dios. Jesús, nuestra paz, procúranos la alegría más grande: tener los mismos pensamientos, el mismo amor, una sola alma. Acabamos diciendo con Francisco: te adoramos, Señor Jesucristo, aquí y en todas…

Canto:

Jubilate Deo, omnis terra, servite Domino in laetitia. Alleluia, alleluia in laetitia, alleluia, alleluia in laetitia