Oración Comunitaria 31/07/2014
Introducción:
El
mundo avanza, retrocede y nosotros estamos inmersos en lo que acontece. No
podemos permanecer impasibles ante lo que ocurre cada día. Dios nos ha creado a
cada uno y nos ha encomendado una misión. Venimos a su encuentro dispuestos a escucharlo
para que nos marque el camino, para que nos indique las claves de nuestra
actitud ante el mundo. Mucho se nos ha confiado, mucho se nos pedirá. Abramos
bien los oídos al Señor para ser en todo momento y lugar instrumentos al
servicio del Reino, al servicio de la paz y la justicia. Comenzamos diciendo
con Francisco de Asís: Oh Alto y glorioso Dios
PRIMERA LECTURA: CÁNTICO DE ISAÍAS (Is 2,2-5)
El monte de la casa del Señor en la cima de
los montes
Al final de los
días estará firme el monte de la casa del Señor, en la cima de los montes,
encumbrado sobre las montañas. Hacia él confluirán los gentiles,
caminarán pueblos numerosos. Dirán: «Venid, subamos al monte del Señor, a la
casa del Dios de Jacob:
Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus
sendas; porque de Sión saldrá la ley, de Jerusalén, la palabra del Señor». Será
el árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos.
De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada
pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra. Casa de
Jacob, ven, caminemos a la luz del Señor
NOTICIA: Testimonio de los franciscanos
custodios de Tierra Santa
¡El Señor os de Su Paz!
De nuevo nos encontramos en otra situación de no paz. No sé si habrá que
catalogarla como guerra, pero todo parece que sí. Así que, en mis casi 44 años
de presencia en Tierra Santa ésta sería ya la octava, a las que hay que añadir
las dos intifadas. ¡Absurdo! Lo que más me preocupa es la situación en la
región. El otro día volaron una iglesia nuestra en Siria y todos conocemos las
noticias de Iraq, en donde los musulmanes radicales están logrando que no quede
un cristiano. ¡Y nuestras sociedades y gobiernos no hacen nada por impedirlo!
¿Cómo estamos viviendo esta situación? Aunque se hable tanto de Gaza y de
los misiles, con todas la muertes, en Jerusalén todo está tranquilo, pero hay
una consecuencia muy importante: No hay peregrinos. Ello
significa que muchos no tienen trabajo; y, a veces, los
franciscanos, en su soledad, nos volvemos a sentir "guardianes de
monumentos" por muy importantes que sean. Es necesario también reanudar
las peregrinaciones y que vuelvan a resonar por las calles de Jerusalén las
palabras del Salmista: "¡Qué alegría cuando me dijeron…!". Hay
que hacer algo concreto y poner en práctica las palabras de Jesús a sus
discípulos: "dadles vosotros de comer" (Lc 9,13). En
los 18 primeros días del mes había encontrado a más de 1.000 peregrinos
dándoles conferencias. Ahora, no hay nadie. Es el mejor momento para
peregrinar, pues no hay esas aglomeraciones casi imposibles.
¿Qué podemos hacer nosotros y
vosotros? En primer lugar orar por la paz: "¡Desead la paz a
Jerusalén!". Tenemos que orar para el Señor haga caer todos los muros
que separan los pueblos, especialmente los de la intolerancia y del egoísmo, y
para que la concordia y el amor puedan reinar en Tierra Santa. Tenemos que ser
– a imitación de San Francisco, "hombre de paz y artífice de la
reconciliación" – instrumentos de paz. No con grandes
discursos, sino con hechos concretos que ayuden en lo posible a aliviar las
necesidades de tantos hombres y mujeres. Tendiendo los puentes de la
reconciliación y del amor.
Todos debemos anunciar sin temor "el Evangelio
de la paz" (Ef 6,15), porque estamos convencidos que Jesús ha venido a
unir, no a separar: "Él es nuestra paz, el que de dos pueblos hizo
uno, derribando el muro que los separaba, la enemistad…para crear en sí mismo,
de los dos, un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz…" (Ef 2,14-15).
Teniendo presentes a Cristo, nunca caeremos en la tentación de que la paz es
una realidad que nunca se podrá alcanzar. La paz es posible; buscarla es un
deber de todos. Aunque a veces, como a Abraham, nos toque esperar "contra
toda esperanza" (Rom 4,18). Esto es lo que sucede hoy en Tierra
Santa. Cristo, en el Sermón de la Montaña, ha proclamado bienaventurados a "los
que trabajan por la paz" (Mt 5,9). ¿Cómo? Repitiendo con San
Francisco: "Que donde hay odio, ponga yo amor; que donde hay ofensa, ponga
yo perdón...; que donde hay tinieblas, ponga yo luz; que donde hay tristeza,
ponga yo alegría".
Un fuerte abrazo. Artemio
Evangelio: Parábola
del buen samaritano Lucas 10, 25-37
Un maestro de la ley fue a hablar con Jesús, y
para ponerle a prueba le preguntó: –Maestro, ¿qué debo hacer para alcanzar la
vida eterna? Jesús le contestó: –¿Qué
está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella? El
maestro de la ley respondió: -‘Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y ama a tu prójimo
como a ti mismo.’ Jesús le dijo: –Bien contestado. Haz eso y tendrás la
vida. Pero el maestro de la ley,
queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús: –¿Y quién es mi prójimo? Jesús
le respondió:
–Un hombre que bajaba por el camino de
Jerusalén a Jericó fue asaltado por unos bandidos. Le quitaron hasta la ropa
que llevaba puesta, le golpearon y se fueron dejándolo medio muerto.
Casualmente pasó un sacerdote por aquel mismo camino, pero al ver al herido dio
un rodeo y siguió adelante. Luego pasó por allí un levita,y que al verlo dio
también un rodeo y siguió adelante. Finalmente, un hombre de Samaria que
viajaba por el mismo camino, le vio y sintió compasión de él. Se le acercó, le curó las heridas con aceite
y vino, y se las vendó. Luego lo montó en su propia cabalgadura, lo llevó a una
posada y cuidó de él. Al día siguiente, el samaritano sacó dos denarios, se los
dio al posadero y le dijo: ‘Cuida a este hombre. Si gastas más, te lo pagaré a
mi regreso.’ 36 Pues bien, ¿cuál de aquellos tres te parece que fue el prójimo
del hombre asaltado por los bandidos? El
maestro de la ley contestó: –El que tuvo compasión de él.
Jesús le dijo: –Ve, pues, y haz tú lo mismo.
Oración de salida:
Señor
Jesús, tú guías sabiamente la historia de tu Iglesia y de las naciones,escucha ahora nuestra súplica.
Nuestros idiomas se confunden como antaño en la torre de Babel.
Somos hijos de un mismo Padre que tú nos revelaste y no sabemos ser hermanos, y
el odio siembra más miedo y más muerte.
Danos la paz que promete tu Evangelio, aquella que el mundo no puede dar.
Enséñanos a construirla como fruto de la Verdad y de la Justicia.
Escucha la imploración de María Madre y envíanos tu Espíritu Santo, para reconciliar en una gran familia a los corazones y los pueblos.
Venga a nosotros el Reino del Amor, y confírmanos en la certeza de que tú estás
con nosotros hasta el fin de los tiempos.
Amén.
Acabamos
recitando todos juntos la oración de San Francisco por la Paz: Señor, haced de
mí un instrumento de Paz,…