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Etiquetas: oración del jueves

Oración Comunitaria 27/12/2012

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El mayor obstáculo en la vida espiritual consiste en tratar de convertirnos en nuestro propio Dios.

El desarrollo de nuestros talentos es de gran importancia. Los talentos naturales nos han sido dados para que los desarrollemos por el bien ajeno. A cada uno de nosotros le ha sido concedido algo que está destinado a hacer del mundo un lugar mejor para el resto de la humanidad. Cocinamos, cantamos, enseñamos, escribimos, limpiamos y organizamos de maneras inusualmente usuales. Cada uno de nosotros posee algo que el resto del mundo necesita.

Estamos aquí para ofrecer nuestros talentos al mundo, para regodearnos en los talentos que Dios nos ha dado, sí, pero solo por el bien de los demás. No somos mas que un eslabón de la cadena destinada a llevar plenitud a toda la humanidad. Si no conozco mis talentos, si no los desarrollo, no hay forma de que pueda cumplir el propósito de la creación en mí.

Y al mismo tiempo, es enteramente destructivo suponer que, porque tengo un talento, tengo todos los talentos, y que nadie mas tiene ninguno; que mi talento es superior a todos los demás, lo cual me otorga derechos que los demás no tienen, autorizándome a vivir por encima del resto de la raza humana. Esto es de una arrogancia que destruye nuestras relaciones tanto humanas como divinas.

Sin la capacidad de “doblar nuestras tercas y obstinadas rodillas” ante aquellos que también tienen talentos, perdemos incluso la capacidad de doblar las rodillas ante el Creador, que hizo de cada uno de nosotros un rayo mas de la belleza divina para que todos juntos reflejemos el resplandor que llena el mundo.

Es nuestra necesidad mutua la que nos enseña la necesidad de Dios. Es nuestra profunda incompleción la que clama todos los días de nuestra vida por ser completada… por cuantos nos rodean… y por Dios.

Con Francisco comenzamos diciendo: OH ALTO Y GLORIOSO DIOS…

Lectura A.T.: Is 52, 7-10.

Qué bien venidos por los montes,
Los pies del que trae buenas noticias,
Que anuncia la paz, que trae la felicidad,
Que anuncia la salvación,
Y que dice a Sión: ¡Ya reina tu Dios!.
Escucha, tus centinelas alzan la voz
Y juntos gritan jubilosos,
Por lo que han visto con sus propios ojos:
¡Yahvé regresando a Sión!.
Griten de alegría, ruinas de Jerusalén,
Porque Yahvé se ha compadecido de su pueblo
Y ha rescatado a Jerusalen.
Yahvé, el Santo,
Se ha arremangado su brazo a la vista de las naciones,
Y han visto, hasta los extremos del mundo,
La salvación de nuestro Dios.

Noticia: Trabajo por Navidad.

CUANDO lo des¬pi¬die¬ron su¬po que no vol¬ve¬ría a tra¬ba¬jar. Es¬ta¬ba aún le¬jos de la ju¬bi¬la¬ción pe¬ro ya ha¬bía so¬bre¬pa¬sa¬do con cre¬ces esa edad en la que una em¬pre¬sa acep¬ta hoy con¬tra¬tar a al¬guien. Aun así ti¬ró de agen¬da y con¬tac¬tos pro¬fe¬sio¬na¬les, lla¬mó a to¬das las puer¬tas que co¬no¬cía y de¬di¬có va¬rias ho¬ras dia¬rias a mo-ver su cu¬rrí¬cu¬lum en la red. Tras la enési¬ma en¬tre¬vis¬ta fa¬lli¬da un ami¬go con¬sul¬tor le con¬fir¬mó su sen¬sa¬ción pe¬si¬mis¬ta; los em¬plea¬do¬res te¬nían a su al¬can¬ce as¬pi¬ran¬tes mu¬cho más jó¬ve¬nes, ba¬ra¬tos y mol¬dea¬bles, y aun¬que ac¬ce¬die¬se a co¬brar me¬nos sus años y su ex¬pe¬rien¬cia le anu¬la¬ban co¬mo can¬di¬da¬to. Es¬ta¬ba fue¬ra del mer¬ca¬do.

En torno al suel¬do de su mu¬jer fun¬cio¬na¬ria se acos¬tum¬bró a una vi¬da más aus¬te¬ra pe¬ro no a de¬jar de sen¬tir-se útil ni a con¬vi¬vir con un va¬cío de es¬pe¬ran¬zas. Por eso cuan¬do un ami¬go le ha¬bló de un ban¬co de ali¬men-tos en el que co¬la¬bo¬ra¬ba de¬ci¬dió pre¬sen¬tar¬se co¬mo vo¬lun¬ta¬rio. Se in¬te¬gró bien; por sus co¬no¬ci¬mien¬tos de lo-gís¬ti¬ca ayu¬da¬ba por las ma¬ña¬nas en el al¬ma¬cén que dis¬tri¬buía los en¬víos, y a ve¬ces acu¬día a uno de los co-me¬do¬res so¬cia¬les pa¬ra echar una mano. Pron¬to ob¬ser¬vó la pre¬sen¬cia cre¬cien¬te de cla¬ses me¬dias em¬po¬bre-ci¬das, des¬em¬plea¬dos de lar¬ga du¬ra¬ción y au¬tó¬no¬mos que¬bra¬dos; en sus mo¬ment os más áci¬dos bro¬mea¬ba con¬si¬go mis¬mo pre¬gun¬tán¬do¬se cuán¬do tar¬da¬ría él en for¬mar par¬te de aque¬lla co¬la de gen¬te con la mi¬ra¬da hui¬di¬za y tris¬te que co¬mía rá¬pi¬do en¬vuel¬ta en un ai¬re ver¬gon¬zan¬te y co¬mo amor¬ti¬za¬do. Se ha¬bla¬ba po¬co allí por una es¬pe¬cie de dig¬ni¬dad pu¬do¬ro¬sa pe¬ro nun¬ca le hi¬zo fal¬ta con¬ver¬sa¬ción pa¬ra desa¬rro¬llar con la clien¬te¬la una ins¬tin¬ti¬va, so¬li¬da¬ria em¬pa¬tía de per¬de¬do¬res.

Po¬co an¬tes de la Na¬vi¬dad uno de los em¬pre¬sa¬rios que en¬via¬ban mer¬can¬cías le hi¬zo una ofer¬ta de tra¬ba¬jo. No era gran co¬sa; un pues¬to in¬ter¬me¬dio en el al¬ma¬ce¬na¬je de unos su¬per¬mer¬ca¬dos, un con¬tra¬to tem¬po¬ral de re¬tri¬bu¬ción mo¬des¬ta que le per¬mi¬ti¬ría re¬no¬var el sub¬si¬dio por unos me¬ses más. Re¬ci¬bió la pro¬pues¬ta con una gra¬ti¬tud agri¬dul¬ce por¬que era in¬com¬pa¬ti¬ble con la ta¬rea en la que ha¬bía reapren¬di¬do a ser efi¬caz, a ges¬tio¬nar ra¬zo¬na¬ble¬men¬te el fra¬ca¬so. Le sa¬bía mal aban¬do¬nar pe¬ro no ha¬bía mo¬do de con¬ci¬liar ho¬ra¬rios.

El úl¬ti¬mo día en la or¬ga¬ni¬za¬ción sin¬tió un pe¬lliz¬co de in¬co¬mo¬di¬dad, una suer¬te de pun¬za¬da in¬có¬mo¬da de re-mor¬di¬mien¬to. Apu¬ró las fae¬nas, or¬de¬nó al¬ba¬ra¬nes y se fue al co¬me¬dor a re¬vi¬sar las en¬tre¬gas. Lue¬go to¬mó una ban¬de¬ja y se sen¬tó a co¬mer en¬tre los pa¬rro¬quia¬nos; le im¬pre¬sio¬nó más que nun¬ca aquel si¬len¬cio ais¬lan¬te y es¬tan¬co, aquel re¬trai¬mien¬to ta¬bi¬ca¬do de so¬le¬da¬des. Sen¬ta¬do jun¬to a un ti¬po ma¬du¬ro y de buen por¬te que al-mor¬za¬ba con la vis¬ta fi¬ja en el pla¬to su¬po que ya no po¬día ir¬se sin trai¬cio¬nar al¬go. Cuan¬do el hom¬bre se le-van¬tó pa¬ra ser¬vir¬se agua des¬li¬zó ba¬jo sus cu¬bier¬tos la tar¬je¬ta de la em¬pre¬sa que le ha¬bía ofre¬ci¬do el em¬pleo. Al sa¬lir a la ca¬lle as¬pi¬ró el ai¬re ya fres¬co de la tar¬de y le pa¬re¬ció que ca¬mi¬na¬ba con pa¬sos más li¬via¬nos.

Evangelio: Lc. 2, 25-32.

Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu Santo fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel”.

Peticiones/ Acción de Gracias/Padrenuestro

Salida.

"Concédenos, oh Dios, humildad para ver tu grandeza en los demás”.
Terminamos cantando “Te adoramos…