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Etiquetas: oración del jueves

Oración Comunitaria 14/08/2008

Salmo:

El Señor dijo: «Haré con mi pueblo una alianza eterna, y no cesaré de acompañarles para hacerles bien.»

Jr 32,37-41

37 He aquí que yo los reuniré de todas las tierras a las cuales los eché con mi furor, y con mi enojo e indignación grande; y los haré volver a este lugar, y los haré habitar seguramente; 38 y me serán por pueblo, y yo seré a ellos por Dios. 39 Y les daré un corazón, y un camino, para que me teman perpetuamente, para que tengan bien ellos, y sus hijos después de ellos. 40 Y haré con ellos pacto eterno, que no me volveré atrás de hacerles bien, y pondré mi temor en el corazón de ellos, para que no se aparten de mí. 41 Y me alegraré con ellos haciéndoles bien, y los plantaré en esta tierra en verdad, de todo mi corazón y de toda mi alma.





Noticia: El disparo chino



TODO está preparado para las pruebas olímpicas por excelencia, las de atletismo. Pronto veremos a los corredores de los cien metros lisos ocupar sus puestos, acuclillados; a la voz de «listos» adoptarán la posición definitiva y permanecerán inmóviles antes de jugarse el argumento de su vida en nueve míseros segundos.

En el Estadio Nacional de Pekín, ese ovillo de lana intrincado y asfixiante, imagen esplendorosa de la represión compacta, en la que ni un hilo asoma para desenredar la madeja, se oirá entonces el pistoletazo del juez de salida. Su disparo ensordecerá otro idéntico descerrajado contra la nuca de algún disidente en algún remoto lugar de la gran China. No lo oiremos porque la descarga de fusilería será simultánea y el bullicio le pondrá sordina. Es un viejo recurso de los asesinos hacer coincidir su ráfaga mortal con las campanadas de una iglesia, el sonido de un bordón, o el estruendo de petardos callejeros. Un hombre que cae abatido en medio de la multitud silente, una pena de muerte ejecutada mientras el mundo mira al espectáculo deportivo contiguo, es mucho peor que un asesinato. Es el triunfo del poder absoluto, que además de disponer de las vidas humanas, puede jactarse de haber desactivado nuestra sensibilidad.

Mientras los atletas ultiman sus entrenamientos, Ye Guozhu cumple una pena de cuatro años de prisión en una cárcel de China, porque pidió permiso para protestar por una expropiación forzosa de su casa que no fue resarcida mediante una indemnización. Mientras prosigue el ajetreo de triunfadores en el podio, el activista de Derechos Humanos Hu Jia está encarcelado en régimen de incomunicación, sin acceso a su abogado, sin visitas de sus familiares y bajo el riesgo de ser torturado. Con la excusa de lavar la cara a la ciudad para los Juegos, se han multiplicado las detenciones sin juicio: mendigos, taxistas sin licencia, vendedores ambulantes o drogadictos han sido recluidos para una «reeducación por el trabajo» o una «rehabilitación forzosa». El espíritu olímpico ha adquirido en Pekín tintes represivos de los que le costará años desprenderse.

En China se llevan a cabo el 65 por ciento de las ejecuciones de todo el mundo. En 2006 se liquidó al menos a 1.010 personas, casi tres por día, aunque fuentes extraoficiales elevan la cifra a más de 6.000. El régimen ha introducido la inyección letal, pero sigue prefiriendo el tiro en la nuca. Piénsenlo cuando oigan en los próximos días el pistoletazo del juez de salida en las carreras de atletismo. Piensen en los nueve segundos emocionantes en que un hombre maniatado o una mujer de ojos vendados doblarán la cerviz, caerán arrodillados en algún desmonte mientras el vencedor de los cien metros llega a la meta, y espirarán su último aliento de sangre en el momento en que el mundo aplauda a rabiar el intenso desenlace. Piénsenlo para que Pekín 2008 no pase a la historia como el año en que la indiferencia adquirió el rango de deporte olímpico.



Evangelio: (Lc 1,39-56)

En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo; y exclamando con gran voz, dijo: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!».

Y dijo María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia —como había anunciado a nuestros padres— en favor de Abraham y de su linaje por los siglos». María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa.