Oración Comunitaria 13/12/2018
ORACIÓN 13-12- 2018
Escuela de Oración:
Al terminar el día nos reunimos para orar al Padre. Queremos escucharlo y que su presencia nos mueva, y nos transforme en la mejor versión de nosotros mismos. El Adviento nos llama a preguntarnos: ‘¿Qué quiere Dios que se haga en mí?’… ¿Cómo puedo allanar caminos y prepararme para Su llegada?... Estamos llamados a anunciar esa llegada con nuestra vida, pero sólo lo que se experimenta se puede anunciar. Tendremos que hacernos conscientes del amor recibido, y despertar del letargo. Tendremos que elegir implicarnos, amar, buscar, complicarnos la vida y mirar a los ojos a la realidad que nos toque a nosotros y a nuestros hermanos. ¿Cómo haremos todo esto? Con la alegría contagiosa de ser hijos de un Padre tan bondadoso. Siendo sus hijos queridos, ¿cómo no moverse?
Con Francisco decimos…
Primera Lectura (Isaías 49-8):
8 Así habla Yahvé: Al tiempo de la gracia te escucharé, el día de la salvación vendré en tu ayuda y te formaré y te pondré por alianza de mi pueblo, para restablecer al país, para repartir las heredades devastadas.
9 Para decir a los presos: Salid, y a los que moran en tinieblas: Venid a la luz. En todos los caminos serán apacentados y en todas las alturas peladas tendrán sus pastos.
10 No padecerán hambre ni sed, ni les afligirá el viento solano ni el sol, porque los guiará el que de ellos se ha compadecido, y los llevará a manantiales de agua.
11Yo transformaré todos los montes en caminos, y se levantarán mis calzadas.
12 He aquí que vienen ellos de lejos, éstos del septentrión y del mar, aquéllos de la tierra de Sinim.
13 Exultad, cielos, y salta de gozo, tierra; que los montes prorrumpan en júbilo, porque ha consolado Yahvé a su pueblo, ha tenido compasión de sus afligidos.
NOTICIA ‘La espera’ ABC - Alfa y Omega Madrid' - 2018-12-06
Irene Guerrero* *Mon. de San José. Carmelitas Descalzas de Toro (Zamora)
En cierta ocasión, queriendo dar una sorpresa a mi familia, me presenté de improviso en casa. Mis padres se alegraron de tenerme con ellos esos días, gocé al ver la cara que pusieron al verme aparecer sin previo aviso. Después, cuando me disponía a irme, mi madre me dijo que había estado muy bien la sorpresa, pero que para otra vez la avisara, que no le quitara la alegría de esperarme.
Comprendí que la espera adelanta la presencia del que está por venir. Se van contando los días, mirándolos en el calendario y se señalan como un horizonte que se divisa a lo lejos, que acariciamos y al que nos encaminamos con gusto, acortando poco a poco la distancia. Se aligeran los pasos y se ilumina la mirada, mientras pensamos que ya queda menos para encontrarnos. Se comienzan entonces a recrear los espacios, a preparar las cosas con ilusión, esos mil detalles con los que queremos recibir a quien queremos. Así, cuando llega el día esperado, tenemos tan preparado el corazón que el gozo ha ido creciendo en nosotros en la medida del deseo. Esta es la dulce espera de la que mi madre me dijo que no quería que la privase.
Cuando llega el Adviento recuerdo aquello y compruebo qué impacientes nos hemos vuelto en nuestra sociedad. Es un tiempo litúrgico que pasa inadvertido para la mayoría, como si no tuviera sentido esa espera amable y paciente del misterio que queremos celebrar. La sociedad de consumo se encarga de ofrecernos resplandores artificiales mientras nos va robando lo que de verdad importa: la ilusión y la esperanza que se forja en la paciente espera. Los liturgistas del mercado nos quieren hacer creer que da lo mismo un día que otro, en las grandes superficies comerciales se puede celebrar la Navidad en cualquier momento.
Pero es ahora cuando la Iglesia se dispone a esperar, como un vigía en la noche de este mundo, hasta que la aurora rompa. Mientras, guarda silencio, ora y medita textos como este de Isaías, que nos van preparando el corazón: «El Señor enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país. Lo ha dicho el Señor. Aquel día se dirá: Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación».
EVANGELIO: Mateo 11, 1-11
Mientras ellos se marchaban, Jesús comenzó a hablar a las multitudes acerca de Juan: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? Más, ¿qué salisteis a ver? ¿Un hombre vestido con ropas finas? Mirad, los que usan ropas finas están en los palacios de los reyes. Pero, ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y uno que es más que un profeta. Este es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, quien preparara tu camino delante de ti. En verdad os digo que entre los nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él.
SALIDA
Ojalá que la oración haya tocado nuestro corazón y nos lleve a despojarnos de ruidos y encontrar a Dios en la vida que tenemos. Como dice Francisco en ‘Sabiduría de un pobre’:
"La más alta actividad del hombre y su madurez no consiste en la prosecución de una idea, por muy elevada y muy santa que sea, sino en la aceptación humilde y alegre de lo que es, de todo lo que es. El hombre que sigue su idea permanece cerrado en sí mismo... Le falta el silencio, la profundidad y la paz.
Terminamos diciendo ‘Te adoramos..’