Oración Comunitaria 15/02/2018
ESCUELA DE ORACIÓN:
Como cada jueves, nos reunimos en torno al Cristo de San Damián para
orar en comunidad. Hoy primer jueves de cuaresma, se nos invita a emprender
nuevamente un camino pascual hacia la vida, un camino que incluye la Cruz y
la renuncia, que será incómodo pero no estéril.
Somos invitados a reconocer, que algo no va bien en nosotros mismos,
en la sociedad o en la iglesia, a cambiar a dar un viraje, a convertirnos.
Son fuertes y desafiantes las palabras del profeta: rasgad el corazón y
no los vestidos, rasgad el corazón y no los vestidos de una penitencia artificial,
sin garantías de futuro, de un ayuno formal y de cumplimiento, que nos sigue
manteniendo satisfechos.
Rasgar el corazón y no los vestidos de una oración superficial y
egoísta, que no llega a las entrañas de la propia vida.
Para dejarla tocar por Dios.
Nos unimos a Francisco, que si se dejó
tocar por Dios, diciendo juntos: oh alto y glorioso Dios…
SALMO 50:
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado:
contra ti, contra ti sólo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo: quedaré limpio;
lávame: quedaré más blanco que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme;
no me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso:
enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen:
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías.
Mi sacrificio es un espíritu quebrantado;
un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.
Señor, por tu bondad, favorece a Sión,
reconstruye las murallas de Jerusalén:
entonces aceptarás los sacrificios rituales,
ofrendas y holocaustos,
sobre tu altar se inmolarán novillos.
NOTICIA:
En sus últimas declaraciones en Perú y en Roma el Papa denunció «una
cultura que no se conforma solamente con excluir, sino que ha avanzado
silenciando, ignorando y desechando todo lo que no sirve a sus intereses;
pareciera que el consumismo alienante de algunos no logra dimensionar el
sufrimiento asfixiante de otros. Es una cultura anónima, sin lazos y sin rostros,
la cultura del descarte. Es una cultura sin madre que lo único que quiere es
consumir».
«Esto me preocupa: no son muchos quienes luchan por la vida en un
mundo donde cada día se construyen más armas, cada día se hacen más
leyes contra la vida, cada día va adelante esta cultura del descarte, de
descartar lo que no sirve, lo que da fastidio. Por favor, oremos para que nuestro
pueblo sea más consciente de la defensa de la vida en este momento de
destrucción y de descarte de la humanidad».
El usa y tira, que el mundo emplea sin escrúpulos con las personas, lo
utiliza también con los alimentos. El desperdicio de comida es uno de los
resultados más palpables de la cultura del descarte, del consumismo que
tantas veces nos avasalla, de los caprichos que nos vuelven ciegos ante el
dolor ajeno. Este fenómeno ha alcanzado dimensiones alarmantes, máxime si
los datos que se barajan son considerados a la par de los números y los rostros
de los 815 millones de personas que son víctimas del hambre en nuestro
mundo.
Es posible acabar (o al menos limitar hasta lo mínimo) el desperdicio de
alimentos. Para ello se necesita incidir en la conciencia de la sociedad
mediante información adecuada, una educación solidaria y un llamamiento a la
responsabilidad. No podemos caer en el pesimismo. Tenemos que seguir
avanzando. Compartir es la senda y para ello la responsabilidad de cada uno
es esencial. Se requiere un compromiso concreto para no desperdiciar ni
cocinar más de lo que necesitamos; un buen método, a la hora de ir al
mercado, es comprar solo la cantidad de alimento que precisamos para hacer
la comida de cada día; si en un momento dado nos sobra algo, la primera
opción no puede ser tirarlo a la basura, sino inventar la forma de reciclarlo y
aprovecharlo.
En fin, no es vano decir que evitar el desperdicio de alimentos trae
consigo un ahorro a la economía familiar. Hacer partícipes de ese ahorro a los
más desfavorecidos, compartiendo con ellos los bienes que nos proporciona la
Tierra, nuestra casa común, es una práctica no solo recomendable, sino
necesaria para nuestra dignidad de personas. Se puede y se debe acabar con
el desperdicio de alimentos, porque es imperioso acabar con el hambre. Los
cristianos debemos estar en primera línea en esta batalla, ante todo con un
corazón donde Dios quepa y sea el centro. Si cabe Dios en nuestro corazón,
caben los pobres y sus necesidades.
La Cuaresma es tiempo para agrandar el corazón, para avivar el amor,
llama que parece apagarse en muchos corazones como glacial efecto del
egoísmo que nos devora. Mas, como el Papa nos ha dicho en su mensaje para
este santo tiempo, «en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una
nueva oportunidad para que podamos amar de nuevo». De este modo
sacaremos fuerzas para adoptar un estilo de vida vertebrado por la cultura de
la responsabilidad y del cuidado amoroso de la Creación y de cada ser
humano. Así también el inicio de la Declaración mundial sobre la alimentación
será algo más que mera retórica y nos convenceremos de que «el hambre y la
desnutrición son inaceptables en un mundo que dispone de los conocimientos y
los recursos necesarios para acabar con esta catástrofe humana».
EVANGELIO: Mateo 6, 7-15. Y al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados. No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo. «Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros deudores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal. «Que si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.
SALIDA
Ojalá la oración nos haya tocado y rasgado el corazón, pues solo en un
corazón rasgado y abierto puede entrar el amor de Dios, cambiar el modo de
vivir es el signo y el fruto de este corazón desgarrado y reconciliado por un
amor que nos sobrepasa
Así pues, dejémonos reconciliar por Dios,
Y juntos decimos: te adoramos Cristo…