Oración Comunitaria 09/11/2017
Ambientación:
Dejamos un lado nuestros puntos de vista para mirar el mundo con los ojos de Dios, para acoger su Palabra en nuestros corazones y dejar que sea ella la que marque el rumbo de nuestras vidas.
Hoy queremos traer a la oración a los refugiados que vagan por el mundo buscando poder simplemente vivir huyendo de la guerra y la persecución. No resulta baladí que el Papa recordara en el foro ‘(Re)pensar Europa’celebrado estos días en el Vaticano la urgencia de convertir a la UE en una “comunidad inclusiva”, reivindicando al migrante como “un recurso más que un peso”.
“Ante el drama de los refugiados y de los desplazados –advierte Francisco-, no se puede olvidar el hecho de estar ante personas que no pueden ser elegidas y descartadas por el propio gusto”.
Vamos a mirar a Cristo, perseguido, muerto en la cruz y resucitado, lleno de vida. Descubramos en su rostro a tantos hermanos que sufren en nuestro mundo. Dejemos que Dios nos interpele. Seguro que algo podemos hacer. Seamos dóciles a su voz, como lo fue Francisco de Asís. Con él comenzamos diciendo juntos: oh alto y glorioso Dios…
Canto:
Crucem tuam adoramus Domine
Resurrectionem tuam laudamus Domine
Laudamus et glorificamus
Resurrectionem tuam laudamus Domine
—• Salmo 33 •—.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren.MR/
Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria.MR/
Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias.
El Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos.MR/
Canto: Confitemini Domino quoniam bonus
Confitemini Domino, Aleluya
Noticia:
La historia de aquel joven refugiado de 19 años que décadas después llegaría a pastorear la Iglesia de su país como presidente de la conferencia episcopal de Burundi,bien merece hoy ser contada desde el principio. Joachim Ntahondereye recuerda con cariño y cierto tono nostálgico que nació en el seno de una familia “muy pobre” de agricultores burundeses que apenas tenían para comer cultivando patatas.
Sexto de siete hermanos (cuatro hombres y tres mujeres), él fue el único hijo que acabó la escuela primaria y secundaria, antes de ir al seminario y a la universidad. Circunstancia por la que se siente “el privilegiado de la familia”, pero que no ha dejado de interpelarle en todo momento: “¿Por qué yo pude estudiar y mis otros hermanos no?”, se sigue preguntando.
Había cumplido ocho años cuando, por primera vez, “tomé conciencia de mi nacionalidad”, de que había venido al mundo en un país herido por las divisiones y la violencia. En octubre de 1961, era tan solo un niño, pero el asesinato del príncipe Louis Rwagasore, héroe de la independencia nacional, me hizo caer en la cuenta de la situación, y “empecé a tener miedo por mi futuro”.
En medio de ese ambiente de guerra, ante la hostilidad de “miradas acusadoras cargadas de sospecha” que se clavan sobre él y otros 18 seminaristas hutus, se ve obligado a marchar al exilio como refugiado para “ponerme a salvo de la amenaza de muerte que sentía que pesaba sobre mí”.
“Me vi forzado a renunciar a mi vida, a no poder proseguir con mi formación y a huir a un país como Tanzania que no había conocido nunca”, relata. “Es como si me hubiesen construido delante un muro obstruyendo el discurrir de mi vida”, describe gráficamente.
Partió “con la esperanza de volver a Burundi, pero sin saber exactamente cuándo ni cómo sería posible”, lo cual le producía un gran desasosiego. Cuando es acogido por la policía tanzana, a la espera de su ingreso en el campo de refugiados de Tabora, un sencillo banco de madera le servirá como lecho durante seis días. “Me vi lanzado a un túnel donde no veía la salida. La soledad, el haber dejado atrás a mis padres, a mis hermanos y hermanas, el no encontrar allí a nadie conocido… me llevó al borde de la desesperación”, recuerda con tristeza.
Hasta que, justo en esos duros momentos, aparece en su vida Jean-Berchmans, un sacerdote que “fue para mí una luz, como un ángel enviado por Dios para abrir de nuevo la puerta del futuro de mi vida”.
“Él fue quien me ayudó a descubrir la presencia de Jesucristo en la realidad concreta de mi vida. yo procedía de una familia católica practicante, había estado en el seminario, donde rezaba cada día, pero fue en el campo de refugiados donde descubrí y experimenté la presencia viva de Jesús en mi vida. Gracias a este sacerdote, tomé conciencia de que Dios estaba presente en ese sufrimiento, algo que probablemente no hubiera descubierto en otro lugar más que en aquel campo. Y fue un consuelo para mí conocer a este otro Dios”. (…)
Hoy, aunque aquella situación vivida la tiene muy presente, no se considera ya un refugiado, pero sí siente que tiene “una deuda hacia los refugiados”. “Es una deuda de amor –aclara–, siento que debo hacer algo por quienes hoy viven en esas condiciones que yo viví”.
Canto: Dios está con los humildes
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 3,9c-11. 16-17
Hermanos: Sois edificio de Dios. Conforme a la gracia que Dios me ha dado, yo, como hábil arquitecto, puse el cimiento, mientras que otro levanta el edificio. Mire cada cual cómo construye. Pues nadie puede poner otro cimiento fuera del ya puesto, que es Jesucristo. ¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo: y ese templo sois vosotros.
Canto: Nada te turbe, nada te espante…
Oracion final: Juan escribe: el mundo pasa, pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre. Ahora nos toca a nosotros salir al mundo y cumplir la voluntad de Dios. Hagámoslo con alegría alabando a Dios en cada momento como hizo Francisco. Co el decimos: te adoramos…
Canto: Llevad la buena noticia