Oración Comunitaria 10/02/2005
1. Jl 2, 12 - 18.2. El otro tsunami.
El pasado 26 de diciembre un terremoto, acompañado de una ola de gigantescas proporciones arrasó la costa sur de Asia, dejando un saldo brutal de más de 200.000 muertos y millones de afectados. En el mes que ha transcurrido desde entonces, se ha producido otra catástrofe que, por habitual y dispersa, no sale en la tele. En estos días sobre 700.000 personas han muerto por causas relacionadas con el hambre, la inmensa mayoría (casi medio millón) niños. Una persona cada 4 segundos.
El tsunami de Asia tiene un origen natural, aunque de haberse producido en un país desarrollado las consecuencias serían mucho menores: en la costa pacífica de Estados Unidos y Japón tienen sistemas de alerta frente a tsunamis; las zonas costeras especialmente propensas están protegidas por diques de contención y los edificios sólidos difícilmente son arrastrados por una ola. La mayoría de los fallecimientos en Asia podían haberse evitado.
El otro tsunami tiene un origen completamente humano, 852 millones de personas, según datos de la FAO, sufren desnutrición y hambre, lo que en el caso de los niños les lleva a tener un desarrollo deficiente, acarreando graves secuelas físicas y psíquicas, cuando llegan, si es que llegan, a la madurez. La ambición y la acumulación de riqueza por parte de unos muy pocos, junto con el no se puede hacer nada y un sentido fatalista frente a la pobreza por parte de unos muchísimos llevan a que las estructuras del mundo apenas cambien, que los impulsos de solidaridad sean eso, impulsos, y a que en unos meses hasta nos cansemos de que nos sigan hablando del maremoto.
Sin embargo el día antes del terremoto celebrábamos que Dios se hizo hombre, naciendo pobre, para compartir con nosotros nuestras desdichas y alegrías, para darnos esperanza y para anunciar la buena noticia de que el hombre tiene salvación. Los que nos llamamos cristianos no podemos dejarnos llevar por la falta de esperanza en un futuro mejor para todos, y debemos seguir trabajando por un mundo más justo y en paz, aunque los frutos no se vean a corto plazo. Nuestra solidaridad debe ir más allá del impulso y nuestro estilo de vida debe estar acorde con lo que celebramos cada domingo. Tampoco debemos agobiarnos con la magnitud de la empresa: grano a grano se hace una montaña.
Por estas razones, al comienzo de la Cuaresma, como cada año, volvemos a tener nuestro pobre e insignificante gesto de pasar hambre durante un día, y destinaremos esa pequeña cantidad económica a proyectos que palien el hambre de los más desfavorecidos. Volveremos a encontrarnos en una simbólica Cena del hambre, el 11 de febrero en la Cripta.
Miguel Angel Clemente
Comisión de Justicia, Paz e Integridad de la Creación
3. Lc 9, 18 - 27.