Oración Comunitaria 02/12/2004
Primera semana de Adviento: ¡VELAD! En un mundo donde se valora el tener, el poder y el triunfo, Dios siempre nos sorprende; no porque venga con poder para juzgar o sancionar, sino porque viene para abrirnos caminos de justicia, de paz y de fraternidad.
En un mundo donde abunda la diversidad de ídolos y ofertas de consumo y bienestar, Dios no se revela para que le demos culto en un lugar determinado, sino que nos muestra su rostro para anunciarnos una promesa de vida y de libertad.
En un mundo que tiende a encerrarse en sí mismo, en sus conquistas e investigaciones, Dios no es una presencia inmóvil y estática, que todo lo cubre; es un Dios Padre-Madre, que está viniendo constantemente al mundo, para darle vida y para hacernos más humanos y fraternos.
Tu, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es Nuestro redentor. Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas y seremos salvos. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebatan como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tu mano.
Durante estas cuatro semanas de Adviento vamos a mirar sencillamente a los ojos de algunas personas, vamos a orar con sus preocupaciones, con sus desafíos e inquietudes; personas en las que la palabra adviento se hace nombre propio, se hace carne, como el Verbo que habitó y habita entre nosotros:
María José: bajo sus cuarenta y pico primaveras y su melena rubio plati no se esconde uno de los corazones más grandes que yo haya conocido jamás. Su historia bien podría aparecer en revistas amarillas o en programas de telebasura, pero quien ha aprendido a no venderse, después de dejarse la piel, sabe distinguir entre lo que es verdadero y lo que forma parte del teatro de la vida.
Ella conoció la droga, sus fétidas alcantarillas, los recovecos a los que te lleva y, durante muchos años, pensó que aquello era todo, que salir era imposible, que nada la motivaba ni la invitaba a esperar
Perdió amigos, o colegas, en el camino transcurrido. Perdió el afecto de su familia, y se sembró la semilla más dañina y agresiva: la desconfianza.
Entonces, cuando parecía que todo estaba acabado, cuando las cicatrices del alma, e incluso las de la piel, todavía no estaban cerradas, apareció una pequeña chispa de Adviento. Hizo un programa de rehabilitación para su toxicomanía, pero no sólo se curó, sino que, como ella misma me ha repetido muchas veces, experimentó una salvación de lo más íntimo, en lo más integral, como hacía Cristo cuando sanaba (Mc 2, 1-12).
Su fe la empujó, y la empuja, a ayudar y a caminar con otros que tienen dramas similares a los que ella sufrió. Y siempre que sus heridas se lo permiten (es consciente de que carga con algunas enfermedades crónicas), se echa a los márgenes de la ciudad a salpicar con algunas pinceladas de esperanza. Búscala en las calles embarradas de algún poblado marginal, o pasando el mono con alguien en su casa, o en algún piso de acogida o reinserción. Aunque también puedes verla al fondo de alguna capilla, orando en el silencio.
Sus manos, sus minutos, sus caricias, se han hecho adviento. Ocasión continua para alumbrar algo nuevo, para irradiar confianza en lo que está por venir
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo. El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca. El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente
Silencio
Señor Jesús, al comenzar el Adviento, nos ponemos ante Ti, con todo lo que somos y llevamos en el interior. Nuestra débil esperanza se siente amenazada por las injusticias, luchas de poderes, muerte violenta, ofertas de placer. Tú nos invitas a caminar hacia Ti, fuente de vida y de paz. Tu luz nos alumbra los ojos de la fe para seguir esperando el milagro de la vida. Tu amor nos abre los oídos para escuchar tus promesas de vida. Ven a recorrer con nosotros los caminos del Espíritu en el mundo
Te adoramos, Señor Jesucristo,